La rutina

Las campanas llaman a la segunda misa del día y abro un ojo lentamente. Veo en la luz que consigue esquivar la cortina que el Sol ya lleva unas horas levantado y que hoy se entrega con garbo a su tarea. Me desperezo para notar con los pies desnudos la suavidad y el calor de las mantas.

-Bondia!.- Él debe hacer ya un rato que se ha despertado y está leyendo otra vez aquel libro.
-mmBon mmdia- repito. Me pregunta si tengo hambre y le contesto que un poco. Me deja un beso y se levanta. Entonces yo me enrosco bajo las sábanas otra vez y lo espío desde la cama.

Observo como pone la cafetera, saca los huevos de la nevera, prepara la tostadora... Trajina en la cocina con cuidado y cariño, como si cada uno de sus movimientos mereciera toda su atención.

Cierro los ojos otra vez y escucho el traqueteo de los huevos al cocerse y huelo el café fresco y el zumo recién hecho. Me vuelvo a desperezar escandalosamente, busco con un pie las zapatillas, resistiéndome a salir del mullido nido, y me levanto a desayunar.



Es sábado y tenemos toda la mañana por delante. Rompo con cuidado la cáscara de mi huevo, cocido exactamente cuatro minutos y medio, y me lo como con gula, siempre demasiado deprisa. Cuando le llega el turno al café llega la calma.

Él lee la sección local del periódico y yo me río con los chistes malos de la contraportada. Comentamos las noticias, pensamos qué vamos a cocinar estos días, nos enseñamos las fotos que hemos hecho o que hemos visto... hasta que nos sorprende la sirena que indica que es la hora de salir al mercado.

La rutina ha acabado, comienza el fin de semana. Pero estas rutinas mañaneras son un bálsamo para mis malos rollos y un comienzo de fin de semana estupendo.

¡Salud!