lunes, 28 de enero de 2019

lunes, 5 de noviembre de 2018

12 pequeños cambios: tiempo y dinero

Con la edad hay cosas que he dejado de hacer. Por ejemplo, ya no dejo de hacer cosas que quiero solamente porque no me he depilado, no pido en una cafetería si no me apetece sólo porque el resto del grupo pide algo, o he dejado de engañarme a mí misma diciéndome "no tengo tiempo". No queda bien decirlo pero sí que tengo tiempo, claro que lo tengo, de hecho, todos tenemos el mismo tiempo, sólo que priorizamos gastarlo en ciertas actividades en vez de en otras. Y ahí quería yo llegar para comentar sobre los 12 pequeños cambios. Es un proyecto que voy desarrollando, estoy integrando muchos cambios en mi día a día para llevar una vida más sostenible y más sencilla, pero no estoy priorizando sentarme delante del ordenador para escribirlo y explicarlo. Además, me siento absurdamente culpable cuando no lo hago, porque siento que me he comprometido y aún tengo mucho que practicar con el tema de mandar a paseo la culpa.



En resumen, que septiembre y octubre han pasado y yo no he dicho ni mu. En agosto me comprometía a usar más la bicicleta. Pasé de ser una ciclista dominguera a ir en bici a sitios a los que tenía que ir yo sola y no eran muy lejos. Funcionó bastante bien, hasta que ya no he tenido más citas a solas, pero espero que eso cambie en breve. En invierno me va a costar mucho más, pero voy a seguir intentándolo. En este apartado también tengo que decir que el próximo viaje que tenemos planeado por Austria va a ser en tren en vez de en coche de alquiler y podremos jugar a la oca, leer cuentos y dar paseítos en vez de estar atados al asiento, a la vez que ahorramos un poco de gases malignos.

En septiembre el tema era buscar coaliciones, maneras de poder hacer cosas junto a otros para unir fuerzas, multiplicar nuestros esfuerzos y, por qué no, hacer un poco de militancia verde. En ese sentido he empezado a colaborar en la organización del jardín comunitario del barrio, porque en los próximos años vamos a necesitar todo el verde posible, sobre todo en las ciudades, y porque allí encuentro gente que rescata alimentos, que hace compost y que busca la manera de mantener un trocito de ciudad vivo, con sus abejas, sus ratones y sus murciélagos. Estar en contacto con esa gente me motiva a seguir, me ayuda a encontrar soluciones o me abre los ojos ante otros problemas que no había visto antes.



En octubre buscamos la manera de reducir las cosas que usamos sólo una vez. Viendo las montañas de basura que flotan en el océano me da la ansiedad y este punto era realmente uno de mis objetivos más importantes: reducir todo lo que pueda los plásticos de un solo uso. He dejado de pedir café para llevar, el café para mí se ha convertido en una pausa y si no tengo tiempo de tomármelo en una taza de porcelana sentada tranquilamente lo dejo para otro día. He empezado a usar compresas de tela y copa menstrual y mi ejemplo ha hecho que algunas mujeres cercanas a mí también se hayan animado a probar, incluso se cosieran sus propios salva-slips. No compro jamás agua embotellada, siempre llevo una botellita en el bolso, eso en Viena no tiene mérito porque el agua es de una calidad y sabor extraordinarios, pero gracias a los filtros de carbón activado hay gente cercana a mí que vive en Barcelona que ha dejado también de comprar agua embotellada... ¡en Barcelona! He dejado de comprar papel de aluminio y de plástico transparente, uso tuppers, tarros de vidrio (hasta para congelar) y un divertido boc n'roll que tengo desde hace años. Me he hecho habitual del colmado a granel del barrio y así intento evitar al máximo los embalajes de la comida que compro (aunque en esto tengo todavía que trabajar bastante). Todo está siendo gradual y en el día a día casi no se nota, pero cuando tengo que tirar la basura un par de veces a la semana en vez de cada día me doy cuenta de los avances que estoy haciendo. Escribir aquí todo esto también me está ayudando a darme cuenta de la cantidad de cosas que he conseguido.

Y ha llegado noviembre. En noviembre vamos a ir a la raíz de todo el problema medioambiental: el consumo. La manera cómo consumimos, sin pensar si realmente necesitamos ese objeto o si nos va a hacer más felices, sin darle una segunda oportunidad a cosas que ya tenemos porque "por lo que cuesta uno nuevo, no vale la pena reparar" hace que se tengan que producir muchísimas cosas y eso consume recursos naturales y energía, produce muchísima cantidad de residuos y basura (tanto en el proceso de producción como cuando tenemos que deshacernos del producto cuando ya no nos hace servicio) y gasta nuestro tiempo y dinero en algo que realmente no es necesario.



Mi actitud ante el consumo cada vez es más reflexiva y cuando me entran las ganas locas de tener esa cazuela esmaltada de rojo Ferrari del escaparate, respiro hondo y me hago las siguientes preguntas:
¿Realmente lo necesito? ¿Me va a ayudar o voy a ser más feliz con eso?
Si realmente lo necesito o lo quiero... ¿tengo algo en casa que me haga el mismo servicio?
Si no es así... ¿Hay alguna manera de que alguien me lo pueda prestar mientras lo necesito?
Si tampoco es el caso... ¿Puedo encontrarlo de alguna manera de segunda mano?
Y si mi respuesta es no, pues entonces lo compro nuevo e intento que sea hecho con materiales reciclados, que me vaya a durar lo máximo y que la producción sea lo más amable con el medio ambiente y con las personas que lo producen.

Así que quizás el cambio de este mes más que ser un mes de cero compras, podría ser el mes de las compras reflexionadas, de las compras que relamente son imprescindibles. ¿Y tú? ¿Te animas a reflexionar antes de comprar? ¿Tienes algún truco para no abalanzarte hacia las cestas de las rebajas o las tiendas de cositas cuquis y baratas? ¡Me encantará leer tus comentarios y propuestas aquí o allá!

martes, 28 de agosto de 2018

12 pequeños cambios: on the road

Llega un momento a mitades de agosto que se puede oler el otoño. Da igual que estemos a 35 grados, las avispas empiezan a ponerse más pesadas de lo habitual, los atardeceres tienen ese tono naranja tan especial y tienes que encender la luz a la hora de cenar. Ya sé que a la mayoría os van a dar picores cuando leáis esto, pero aquí, en cuanto se acerca un mes con erre en su nombre se acabó el irse a bañar y el achicharrarse. Es en estos días cuando empiezo a prepararme para el otoño, tengo una lista de cosas que hacer: remendar el abrigo de lana verde, hacer el cambio de ropa, reparar la tetera que se rompió, preparar el horno y la calefacción... y este año también quiero volver a ir en bici regularmente.

El cambio que nos proponíamos en agosto era precisamente reflexionar sobre movilidad y cambiar nuestra manera de transportarnos para hacerla más sostenible. Transporte necesitamos todos, de eso no nos escapamos, y todo el transporte gasta energía y crea residuos, pero con un poquito de cuidado podemos reducir mucho esos residuos. La verdad es que hay muchas posibilidades en este tema, por ejemplo, intentar usar el avión lo menos posible (es de lejos el transporte más contaminante) pero yo me voy a centrar en hacer apología de la bicicleta.



Tengo la suerte de vivir en una ciudad donde no necesitamos coche en absoluto y donde tanto el transporte público como las infraestructuras para ir en bicicleta son bastante envidiables. En Viena el transporte público es tan bueno que la gente no va tanto en bicicleta como en otras capitales europeas, pero aún así, sobre todo los días que sale el sol, hay hasta colas en los carriles-bici.

A pesar de todo eso, de no tener ni necesitar coche y de tener bici propia y una red de carriles estupenda todavía soy una ciclista dominguera. Durante la semana todavía no me atrevo a ir en bicicleta por la ciudad, me da miedo. Temo a los coches y los autobuses, temo no tener claras las direcciones donde ir, perderme y aparecer en medio de una calle de cuatro carriles rodeada de camionazos (creedme, me ha pasado)... Los fines de semana todo eso mejora porque el tráfico es mucho más relajado y porque siempre voy en convoy con el resto de la familia y puedo relajarme y disfrutar del paseo.



Pero bueno, vamos a lo de hacer apología. La agencia municipal de la bicicleta aquí en Viena tiene un lema que me encanta "¿Por qué no vas en bici?". Me gusta porque implica que lo raro es el no ir en bici. Yo ya he explicado un poco mis dificultades, pero ahora voy a decir que ir en bici me encanta. Me encanta la sensación de atravesar la ciudad hasta las playas del Danubio sin tener casi que compartir carril con vehículos de motor, me encanta soltar los frenos en alguna bajada y recordar cuando tenía 10 años, me encanta dar la vuelta al Ring bajo los árboles y pillar la velocidad justa para pillar todos los semáforos de la Praterstrasse en verde.

La verdad es que es un auténtico placer y quiero hacerlo más a menudo. Ya que agosto me lo he saltado, voy a pasar directamente a septiembre y voy a empezar a subir en bici en trayectos cortos por el barrio cuando vaya yo sola (acercarme al colmado, a clase de yoga o a fisioterapia), a ver si poco a poco me animo y voy aumentando mi repertorio de trayectos sobre dos ruedas.

¿Has viajado mucho estas vacaciones? ¿Cómo lo has hecho? ¿Has tomado un avión? (yo cada vez que tengo que volar tengo remordimientos) ¿Te planteas hacer más sostenible tu viaje al trabajo, a la uni, a la escuela, al mercado? ¿Eres una ciclista habitual? ¿Qué te ayuda a superar el miedo y la pereza de ir en bicicleta? ¡Me encantará comentar con vosotras! Por aquí, por allá o por donde sea :-)

¡Salud!