No os voy a engañar, a veces en casa marmota no son todo flors i violes. A veces, muchas de esas veces en sábado (ves a saber por qué), nos levantamos de mal humor, cansados y con ganas de volvernos a la cama para quedarnos. En vez de eso, hacemos un esfuerzo (a veces muy grande), intentamos mantener la calma todo lo que podemos (casi sin llorar) y empaquetamos como locos. Empaquetamos tuppers, recambios, pelotas, mantas, marmotillos y ganas en el remolque, nos subimos a la bici, paramos a por el pan y a medida que vamos pedaleando se nos va relajando el ceño fruncido, se nos comban los labios y se nos afloja la mandíbula.
En verano bajamos al río a espantar cisnes, ahora en otoño subimos a los bosques a esquivar ardillas, pero siempre, siempre, empaquetamos un gran cuenco de ensalada. De búlgur, lentejas, pepino, tomate y feta... de patata, atún, cebolleta y tomatitos cherry... de verduras asadas, couscous, aceitunas y albahaca... Son combinaciones sencillas, de lo que tenemos por casa o de lo que nos ha sobrado de la cena, son siempre únicas, irrepetibles, porque casi nunca están los mismos ingredientes disponibles y supongo que eso las hace aún más especiales, más sabrosas aún de lo que son.
O quizás sea sólo el aire fresco, ver a una ardilla caer casi en tu tortilla de patata, respirar la calma de algún árbol centenario y la ilusión de tomarse un café con leche del termo en taza de latón, que nos abren el apetito.
¡Salud!
Que bonito lo has contado :)
ResponderEliminarEl ritmo del pedaleo nos hace mejores a tod@s. :*
¡Muacks!
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